Conducir.

Cuando era joven me gustaba conducir. A los 16 años saqué mi licencia de conducción y mi papá me regaló un carro que usufructué al límite. En esa época tenía un noviecito que me enseñó que saber conducir era hacerlo como los taxistas y me puse en la tarea de metérmele a los carros a la fuerza, realmente conducía muy mal, como gañana. Iba a la casa de mis amigas a chicanear el vehículo y para salir a dar vueltas por la ciudad, si yo hubiese sabido cuánto gastaba en gasolina y en parqueaderos no lo hubiera disfrutado tanto, pero con total inconsecuencia, salíamos de la ciudad a cualquier piscina, o a visitar cultivos de flores, también íbamos a tomar, alguna vez se robaron una llanta del carro parqueado frente a un bar; y nos unimos a la caravana de la radio, echando harina y sentados fuera de la ventana. Mi papá realmente tenía paciencia luego de llevar el auto a lavar. Ese año me fuí de intercambio y estuve sin conducir un año. En los EEUU, la gente iba en carro al colegio, no era como aquí que tener un vehículo tan jóven era realmente extraño. Cuando regresé, iba a la universidad en el carro, corría por la circunvalar y gastaba unos 15 minutos desde el apartamento hasta  el campus. Alguna vez el carro se inundó con la lluvia, las compañeras que iban conmigo tuvieron que bajarse a empujar. Cuando quedé en embarazo, cambió mi comportamiento al conducir, ahora manejaba a 20 Kms. por hora, cuando nació mi hijo, compré un aviso de bebé a bordo y utilizaba el carro para ir a hacer mercado. Pasaron los años y casi me estrello, mi papá decidió quitarme el auto, y lo vendió, pero fué muy importante para el desarrollo de mi personalidad haber tenido un vehículo, realmente me sentía por encima de los demás, yo con esa autoestima tan apachurrada, al menos me sirvió para ser más extrovertida. Hoy ya no conduzco, tengo presbicia y tengo gafas, no veo nada, pero fué divertido mientras duró.  

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